in memoriam: carlo maria martini el diálogo con los no creyentes

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in memoriam: carlo maria martini el diálogo con los no creyentes
IN MEMORIAM: CARLO MARIA MARTINI
El Car denal Car lo Mari a Martini regresó a la casa del Padre el 31 de agosto de 2012. Fu e
miembro del Consejo P ontificio de la Cultu ra durante dos quinquenios, del 17/05/199 3 al
30/12/2003.
En esta fotografí a, tomada durante su últ im a participación en una Asamblea Plenaria del
Dicasterio, del 14 al 16 de marzo de 2 00 2, a pa rece junto al Card. Poupard (a la derech a ),
entonces Presidente del Consejo Pontificio; Pad re B. Ardura, (centro), entonces Secretario
del Consejo.
Abajo, a la de recha, se puede ver el pu est o del Cardenal Ratzinger, miembro tambié n de l
Consejo Pontificio de la Cultura en dicho p er iodo.
EL DIÁLOGO CON LOS NO CREYENTES: FUNDAMENTOS
TEOLÓGICO-PASTORALES
El car denal Carlo Maria MARTINI, Arzobispo de Milán y Miembro del Consejo Pontificio d e
la Cultur a, pronunci ò el siguiente discu rso durante la Asamblea Plenaria del Conse jo d e
la Cultur a, del 18 al 20 noviembre del 1999. Por su interés y su relación con el Atr io de
los Gentiles, reproducimos aquí su int er ven ción, homenaje póstumo del Consejo a quie n
fuera m iembro del mismo durante dos qu inquenios.
Me lim itaré aquí a algunos apuntes sobre el contexto en el que se sitúa hoy el diálogo y
sobre algunas pist as posibles para co nf ro nt ar se.
1. El contexto del cambio de época. Más allá de las posibles interpretaciones sob re la
crisis de las ideologías, el fin de la modern idad, y el acercarse de un tiempo post-mode rno ,
lo que hoy hace a Occi dente culturalment e m ás pobre es la falta de un horizonte común
donde situar el et hos, no sólo como pra xis y costumbre, sino como fundamento último
del vivir, del actuar y del morir human o. Est e sentimiento de abandono y de despe dida ,
esta fragilidad y debilidad, son terre no de cu lt ivo para los escepticismos y relativismos,
pero puede ser tambi én un lugar en e l qu e creyentes y no creyentes se confrontan. No
combatiéndose, partiendo de fáciles ce rt eza s, o empuñando la maza de la verdad p ara
castigar o juzgar al otro, sino tratando de com prender e interpretar esta desorientación . En
efecto, todos, tanto los huérfanos de la s ideolog ías como los creyentes que piensan acerca
del destino común, un poco nos vem os, aunque por motivos diferentes, interpelado s y
en parte desbordados por lo que vamos vivie ndo en esta crisis secular. En este sentid o ,
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el "pensamient o débil" y las diversas form as de nihilismo, más que actitudes menta le s,
reflejan condi ciones existenciales d e desorientamiento, naufragio y caída, en la qu e
creyentes y n o creyentes se ven unidos en el esfuerzo de interpretar el propio tiemp o.
2. El redescubri miento del Otro. Est e sent imiento de desorientación, de malestar, d e
necesidad de pat ria, este dolor del abandono, se puede evadir, esconder, o rech azar;
se puede inte ntar no pensar, y por ta nt o, ser negligentes frente al naufragio. Pero en e l
momento en que se piensa y se es co nsciente, la cuchilla de este dolor no puede p or
menos que cuestionarnos a todos, ho y, a pr opósito de las diversas manifestaciones d e
esta inquietud. Fe y razón más consciente s de sus propias tentaciones seculares. Meno s
ideológicas, ya no rígidamente cerrada s en sí mismas, precisamente por ello más abie rtas
a la búsqueda y por tanto unidas en la e xpe rie ncia del pensamiento del Otro. La catego ría
que nos provoca a todos no es identid ad , sino alteridad, en cuanto esta nos alcanza e n la
necesidad de l os demás, en la urgen cia de la com-pasión, y en la inquietante oscurid ad
del último hori zonte hacia el que encam ina rse.
Quizá sea por esto por lo que el Dios cr ucificado aparece a muchos de nue stros
contempor áne os más elocuente que e l Altísimo Omnipotente, que sienten lejano de l
dolor humano . E n el abandonado de la Cruz se puede reconocer el rostro de tan tos
"abandonados" de la hisotira de este n ove cientos, de las víctimas de de las gue rra s
mundiales y d el Holocausto a las de la m iser ia y los genocidios que siguen perpetrándo se
hasta nuestro s dí as. El grito de este abandono provoca una necesidad de trascendencia ,
de salida de sí haci a el Otro, hacia los o tr os.
3. El desafío de la Ét ica . Aquí es donde se presenta con nuevo empuje, como términ o
de interrogaci ón común, el desafío d e la ética. No se trata, en efecto, sólo de un existir
ante el otro y con el ot ro, sino de un existir p ar a los demás: que no pueden ser capta dos
simplemente como producción de nuestr o pe nsamiento o condición de nuestro obrar, o
límite o desaf ío a nuestra libertad, sino que se ofrecen, también y sobre todo, co mo
exigencia radi cal, como fundamento d el exist ir responsable. Es el otro, invocado p or E .
Lévinas como crisi s de la metafísica en fa vor de su superación en la ética. Todavía más
radicalmente, el otro de la caridad evangélica, del mandamiento "semejante" al prime ro,
del que participa y el cual realiza, qu e es e l mandamiento del amor. Los otros son u n
desafío a la fe y a l a razón para su pe rar la falsa separación entre teoría y praxis. L a
dimensión mo ral int erpela hoy fuerteme nt e a la reflexión como exigencia de existir y de
pensar el existir no sólo sino en sí, sino p ar a los demás. Si es muy difícil imaginar u n a
ética sin un Otro, úl ti mo y soberano ( la llam ada "ética de los que no creen"), no pue d e
existir una ética si n el otro penúltimo hacia el cual encaminarse en el éxodo de sí mismo ,
más allá del propio interés.
Es precisame nte en el rostro de este ot ro , pró ximo y concreto, donde puede asomarse la
huella del Otro, misteri oso y soberano.
4. Dos luchas, dos creencias. Al reco ge r e l desafío de la alteridad, creyentes y no
creyentes se descubren más cercanos de cu an to cabría imaginar: el creyente, en su l ucha
interior por abrirse al Dios del Adviento , se reconoce, en cierto sentido, como un ateo
que cada día se esf uerza por comenzar a cr eer, y el no creyente pensante, se recono ce
como un creyente que cada día vive la lucha d e comenzar a no creer. No se trata aquí de l
ateo banal, negl igent e y enfuga de s í mism o, sino de quien vive las tensiones profun d as
que agitan un a conciencia recta, en búsqueda de coherencia global. Se trata de q uien ,
habiendo bus cado si n haber hallado todavía , suf re el infinito dolor de la ausencia de Dios.
Este tipo de at eo puede considerarse en cier to sentido la otra mitad de quien cree. Es e sa
parte, subryada por el conocido apólo go r ab ínico, que opone a la fe la voz interio r "¿ y
si después de t odo no fuese cierto?", que o po ne a la increencia la voz "¡pero quizá e s
cierto!".
Este r econocer en el otro, en el diverso, no u n peligro, sino un don, un encuentro, es una
forma exigente de eticidad en la que p ue de n sintonizarse creyentes y no creyentes. Se
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trata de amar al ot ro como es, por lo que e s, b uscando en él la verdad de nosotros mismos
y ofreciéndole, humilde y confiadame nt e, la verdad de nosotros mismos. ¿Y no resu lta
de todo esto un no compartido, el no a la negligencia de la fe, el no a una fe indolen te ,
estática, rutinaria, hecha de intolerancia cóm oda que se defiende condenando porque n o
sabe vivir el sufri miento del amor? ¿No vendrá el sí a una fe inquiriente, tentada tamb ién
por la duda, pero capaz cada día de com en zar a entregarse perdidamente al otro, a vivir
el éxodo sin regreso hacia el Silencio de Dios, entreabierto y celado en su Palabra?
5. Pensantes, no pensantes . De lo d icho hasta ahora resulta que, desde e l pu nto
de vista de l a metodología del encu en tr o, la diferencia no será tanto entre creyente s
y no creyentes, si no entre pensant es y no pensantes, entre hombres y mujeres q u e
tienen el valor de vi vir el furimiento, de seg uir buscando para creer, esperar y amar, y
hombres y mu jeres que han renunciad o a la lu cha, que parecen haberse contentado con
el horizonte p enúlt imo y ya no saben ard er en el deseo y la nostalgia del pensamie nto
del hor izonte último y l a última patria. El de saf ío pastoral que deriva de ello es escu char
las preguntas autént icas del pensamie nt o a nt e el misterio de la existencia, ponién dose
juntos, creyentes y no creyentes pensant es, a comprender cada uno las razones del o tro.
Para quien cree eso podrá significar un a p ur ificación de las motivaciones del acto de fe y
al mism o tiempo una nueva posibilidad p ar a pr oponerlas a quien no cree con la fidelid ad
del testigo y e l respet o del compañero d e camino, que se reconoce en el otro y descu bre
al otro en sí mismo.
UN ESPÍRITU DIALOGANTE
INTERVENCIÓN DEL CARD. MARTINI EN LA CEREMONIA DE
ENTREGA DEL PREMIO PRÍNCIPE DE ASTURIAS, OVIEDO, 27
OTTOBRE 2000
El Cardenal Car lo Mar ia Martini , miem bro de l Consejo Pontificio de la Cultura de 199 3 a
2003, recibió el premio Príncipe de Ast ur ias a la Concordia el año 2000. Publicamos, p o r
su interés, l as palabras que pronunció en la ce remonia de entrega de los premios.
Sono vivamente grat o per la concess ione di q uesto premio, che mi onora e mi stimola n el
servizio alla Chiesa e al la società di o gg i.
So che è sta to tenuto presente per il suo conferimento l’impegno di aprire sentieri di
dialogo tra credenti e non credenti e tr a gr uppi sociali con difficoltà di mutua intesa.
Vorrei dire ch e la radice di questo ser vizio che ho cercato di fare – anche con l’aiuto d i
tanti altri, miei maestri , colleghi e collabor at ori, a cui va tutta la mia gratitudine – sta
nei libri della B ibbia, che ho avuto il do no di poter studiare scientificamente per mo lti
anni, dedicandomi in particolare alla crit ica t estuale e alla ermeneutica. Ho potuto così
sperimentare i n me e in molti altri co me la Bibbia sia il libro fondamentale della no stra
storia e il libro del futuro dell’Europa.
Dall’ascolto e dalla frequentazione de lle Sa cre Scritture ebraiche e cristiane nasco no
sentieri di approfondi mento spirituale che po rt ano alla radice dei grandi problemi um ani e
permettono di cogliere una base comu ne di dia logo con tutte le persone di buona volon tà ,
anche di altre religioni o non credenti. M editando a lungo sulle Scritture mi accorgevo ch e
ciò che si produceva in me nella ment e e nel cuore (il “cuore che brucia” di cui parla no i
due discepoli di E mmaus in Lc 24,32) lo si pot eva trovare anche nella esperienza profo n da
di altri, in particolare dei giovani.
Posso dunque dire che è lo studio della Bibb ia e la meditazione sulla Bibbia che mi han n o
portato alla pratica del dialogo.
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Oggi uno spirito dialogante è quanto mai necessario. Ma per esso occorre anzitutto ave re
approfondito bene la propria identità. L a Bibbia e in particolare i vangeli e le lettere d i
Paolo sono come l o specchio che rivela n oi a noi stessi, ci fa capire chi siamo e che co sa
siamo chiamati ad essere.
Per dialogare è poi necessario coltivar e un a spiritualità fondata sul silenzio e sull’asco lto.
La familiarità con la B ibbia insegna anzitut to ad ascoltare: “ascolta, Israele” ( Deut 6,4);
e l’esor tazione è ripresa spesso da G esù: “ Ascoltate” ( Mt 4,3), “Se uno ha orecchi p e r
intendere intenda” ( Mt 4,23). Ma l’a scolto su ppone il silenzio. Oggi è necessario ch e
chiunque ha una responsabilità pubb lica a bb ia nella sua giornata momenti di silenzio
prolungato, ta nto più lunghi quanto più gr an di sono le sue responsabilità. L’episodio bib lico
di Elia nella caverna del monte Oreb ci racconta che la voce di Dio non si manife stò
né nel vento i mpetuoso né nel terremo to n é nel fuoco ma “in un sottile mormorio d i
silenzio” (1Re 19,13). Il silenzio apre il cuor e e la mente all’ascolto di ciò che è essenzia le
e vero.
Da ultimo per il dialogo occorre avere sincer a simpatia per l’altro, avvicinarlo con fidu cia ,
essere pronto a imparare da chiunque parli con sincerità e onestà.
Un dialogo sulle cose più importanti della vit a è oggi necessario per la sopravvivenza e
lo sviluppo del le cult ure, specialmente in Eur opa, anche per evitare che ci trovi spetta to ri
di quel “clash of ci vil izations” (“cozzo d elle civiltà”) che è stato prospettato da qua lche
studioso come conseguenza della fine de i gr andi blocchi ideologici.
In un mondo che va sempre più unifican do si dal punto di vista economico e finanziario e n el
quale oggi è p ossibi le comunicare in t em po r eale da tutte le parti della terra con ogni a ltra
parte di essa, occorre uno stile di dia logo e di ascolto che tocchi anche i problemi socia li
ed economici e permett a di passare da un a globalizzazione dei mercati e delle informazio n i
a una globali zzazione della solidariet à, co me ha chiesto ripetutamente il Papa Giova n ni
Paolo II, invitando per l’anno del Giub ile o a “creare una nuova cultura di solidarietà e
cooperazione internazi onali, in cui tutt i. . . assu mano la loro responsabilità per un mo dello
di economia a l servi zio di ogni persona ” (G io vanni Paolo II,Incarnationis Mysterium, n. 1 2).
Si tratta di interpretare e organizzare l’econom ia riconoscendone il valore e i limiti e la sua
subordinazione al l’ eti ca. “Ciò implica anche la ricerca di strumenti giuridici idonei per un
effettivo governo «sopranazionale» de ll’economia: a una comunità economica deve p oter
corrispondere una società civile intern azionale , capace di esprimere forme di soggettività
economica e politica ispirate alla solida rie tà e alla ricerca del bene comune in una visio n e
sempre più ampia, capace di abbracciar e il mo ndo intero” (Giovanni Paolo II, Ai docen ti e
agli alunni dell’Università Commerciale “ Luigi Bocconi” di Milano, 20 novembre 1999, n. 4).
Sarà così possibile aff rontare anche alt ri pr oblemi brucianti di oggi: la pace tra le etn ie
e le religioni, special mente in Medio Or ien te; i diritti umani e la difesa della dignità d e lla
persona in og ni paese del mondo e in og ni m omento della vita; i problemi dell’ambie n te
e la difesa del la t erra dal degrado che la sta m inacciando. I1 credente sarà guidato d alla
certezza che c’è al di sotto dei camm ini u mani una grazia dello Spirito Santo che sostien e
nella lotta con tro ogni assurdità e ingiust izia . Chiunque ha almeno fiducia nella vita, anch e
se non ha una specif ica fede religiosa , pot rà allora trovare dei compagni di cammino co n
cui condividere l’ ansia per la dignità d i og ni u om o e donna e di ogni popolo della terra .
La grande tradi zione civile e religiosa di qu est a terra di Asturias, in cui la cultura euro p ea
riconosce uno dei suoi nuclei fondatori, ci f a guardare al futuro con quella speranza che
sola può dare sl ancio di fronte alle diff ico lt à e alle oscurità del presente.
Publicado en la revist a C ulturas y Fe Vol. I X/1 (2001) p.16
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