Vittorio V. ALBERTI La «Dignitatis humanae
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Vittorio V. ALBERTI La «Dignitatis humanae
issn: 1133-0104 Vittorio V. Alberti La «Dignitatis humanae» e la nuova laicità oltre la rivoluzione e la controrivoluzione separata volumen 21 2012 revista del instituto de historia de la iglesia de la universidad de navarra pamplona. españa / fundada en 1992 2012 / volumen 21 director Santiago Casas universidad de navarra [email protected] comité editorial / Editorial Board subdirectora / Assistant Director Elisabeth Reinhardt universidad de navarra vocales / Commission Members Javier Escrivá Ivars universitat de valència consejo asesor / Advisory Board presidente Domingo Ramos-Lissón Universidad de Navarra (España) Mons. Pio Gonçalo Alves de Sousa Universidade Católica Portuguesa, Braga (Portugal) José Andrés-Gallego CSIC, Madrid (España) Néstor Tomás Auza Academia Nacional de la Historia de la República Argentina Mauricio Beuchot, op Eloísa Ramírez Vaquero Universidad Nacional Autónoma de México Javier Vergara Ciordia Walter card. Brandmüller universidad pública de navarra uned, madrid Álvaro Fernández de Córdova universidad de navarra secretario / Editorial Secretary Fermín Labarga universidad de navarra [email protected] Pontificio Comitato di Scienze Storiche (Ciudad del Vaticano) Ernst Dassmann Friedrich-WilhelmsUniversität, Bonn (Alemania) Arturo V. Dávila Rodríguez Universidad de Puerto Rico Mariano Delgado Université de Fribourg (Suiza) Anuario de Historia de la Iglesia es la revista del Instituto de Historia de la Iglesia de la Universidad de Navarra. Se inició en 1992 y se publica todos los años en el mes de mayo. Presta especial atención a la historia eclesiástica, religiosa, teológica y artística. Su primer director fue el profesor Josep-Ignasi Saranyana (1992-2009). Hubertus Drobner Theologische Fakultät Paderborn (Alemania) Juan Guillermo Durán Jacques Fontaine Institut de France, Paris (Francia) Enrique García Ahumada, fsc Universidad Católica Silva Henríquez, Santiago de Chile (Chile) Alessandro Ghisalberti Università Cattolica del Sacro Cuore, Milano (Italia) Pilar Gonzalbo Aizpuru El Colegio de México, méxico df Johannes Grohe Pontificia Università della Santa Croce, Roma (Italia) Julián Heras Díez, ofm Academia Nacional de la Historia del Perú Yves-Marie Hilaire Université Charles de Gaulle - Lille III (Francia) Enrique de la Lama Universidad de Navarra (España) Celina Lértora Mendoza CONICET, Buenos Aires (Argentina) Luis Carlos Mantilla Ruiz, ofm Academia Colombiana de la Historia (Colombia) Pontificia Universidad Católica Argentina Pedro Rodríguez Alberto Ferreiro Giovanni Maria Vian Seattle Pacific University, Seattle (Estados Unidos) Universidad de Navarra (España) Università di Roma I La Sapienza (Italia) Redacción, Edita: administración, Servicio de Publicaciones de la Universidad intercambios y suscripciones: de Navarra, S.A. Campus Universitario «Anuario de Historia de la Iglesia» (AHIg) 31009 Pamplona Edificio de Facultades (España) T. 948 425 600 Eclesiásticas Universidad de Navarra. Precios 2012: 31009 Pamplona Suscripciones 1 año: (España) Unión Europea: 35 € Teléfono internacional: Otros países: 45 € +34 948 425 613 Fax internacional: +34 948 425 633 e-mail: [email protected] http://www.unav.es/publicacion/historiadelaiglesia Maquetación: [email protected] Impresión: GraphyCems Tirada: 550 ejemplares Tamaño: 165 x 225 mm Fecha impresión: 30-IV-2012 DL: NA 54-1992 sp iSSN: 1133-0104 Las opiniones expuestas en los trabajos publicados en la revista son de la exclusiva responsabilidad de sus autores. // Se autoriza la reproducción total o parcial de los originales publicados en AHIg, citando la fuente. Se ruega notificar las republicaciones a la Redacción de la Revista. // El Comité Editorial no mantiene correspondencia con los autores de originales no solicitados por la Redacción, si éstos no son aceptados para publicación. The author(s) of the articles that appear in this journal is/are solely responsible for the content thereof. // The journal grants permission to all users to reproduce, partially or as a whole, the articles in AHIg. Any uses and/or copies of this journal in whole or in part must include the customary bibliographic citations. Any republication of the material herein should be communicated to the Publishers of the journal. // The Editorial Committee does not maintain correspondence with the authors of articles that are not accepted for publication, unless otherwise requested by the Publishers. AHIg figura en las siguientes bases de datos: • Thomson Reuters Scientific ISI: A&HCI (Philadelphia, PA) • Academic Search Complete (Ebsco) (Ipswich, MA) • Isoc-Historia, del Csic (Madrid) • Zeitschriften-Inhaltsdienst Theologie Datenbank (Tübingen) • Directorio y Catálogo Latindex (México) • ATLA – Catholic Periodical and Literature Index (Chicago, IL) • Redacción Española de l’Année Philologique (Granada) • Repositorio Español de Ciencia y Tecnología (Madrid) •G enamics JournalSeek (New Jersey) • S COPUS (Elsevier, B. V., NL) AHIg está disponible online: •R ed ALyC (http://redalyc.uaemex.mx) •D IALNET (http://dialnet.unirioja.es) •D OAJ (www.doaj.org) •D adun (http://dspace.unav.es/dspace/ handle/10171/7522) 2012 / volumen 21 Nota editorial 11 Estudios / research studies san Juan de Ávila, doctor de la Iglesia Fermín Labarga Presentación 17-20 María Encarnación González Rodríguez San Juan de Ávila: de maestro a doctor 21-35 Juan Esquerda Bifet La figura histórica de san Juan de Ávila, doctor de la Iglesia, y su incidencia en los retos actuales de la espiritualidad sacerdotal 37-61 Francisco Martín Hernández ¿Fue erasmista san Juan de Ávila? 63-76 Rogelio García Mateo San Juan de Ávila, maestro de oración 77-101 [Presentation] [Saint John of Avila: from Master to Doctor] [The historical figure of John of Avila, Doctor of the Church, and his importance in the present-day challenges to priestly spirituality] [Was Saint John of Avila an Erasmian?] [Saint John of Avila, a master of prayer] Fidel González Fernández San Juan de Ávila. Una gracia oportuna en una época de crisis y conflictos 103-132 [Saint John of Avila: an opportune grace in an epoch of crises and conflicts] 4 AHIg 21 / 2012 4 A los cincuenta años del inicio del Concilio Vaticano II Piero Doria L’Archivio del Concilio Vaticano II: storia e sviluppo 135-155 Mathijs Lamberigts / Leo Declerck La contribution de la «squadra belga» au Concile Vatican II 157-183 Frédéric Le Moigne / Christian Sorrel Les évêques français et le concile Vatican II 185-205 [El archivo del Concilio Vaticano II: historia y desarrollo] [La contribución de la «squadra belga» al Concilio Vaticano II] [Los obispos franceses y el Concilio Vaticano II] Peter Pfister Fuentes archivísticas del Concilio Vaticano II en los archivos eclesiásticos alemanes 207-218 [Archival sources of the Second Vatican Council in the German ecclesiastical archives] Alexandra von Teuffenbach La Commissione teologica preparatoria del Concilio Vaticano II 219-243 Pablo Blanco El concilio de Joseph Ratzinger. Notas sobre su actividad durante el Vaticano II 245-281 Annibale Zambarbieri Doi Masatoshi: un «osservatore» giapponese al Vaticano II 283-302 Vittorio V. Alberti La «Dignitatis humanae» e la nuova laicità oltre la rivoluzione e la controrivoluzione 303-320 Philippe Chenaux El giro del Concilio. La Santa Sede, los católicos y el comunismo (1959-1978) 321-336 [La Comisión teológica preparatoria del Concilio Vaticano II] [The Council of Joseph Ratzinger. Notes on its activity during the Vatican II] [Doi Masatoshi: un «observador» japonés en el Vaticano II] [La «Dignitatis humanae» y la nueva laicidad más allá de la revolución y la contrarrevolución] [The Shift in the Council. The Holy See, Catholics and Communism (1959-1978)] 5 nota editorial Historiografía y bibliografía / Historiography and bibliography Celina A. Lértora Mendoza Filosofía y religión en la época de la Confederación Argentina 339-359 Macarena Cordero Fernández Rol de la Compañía de Jesús en las visitas de idolatrías. Lima. Siglo XVII 361-386 Juan González Morfín Entre la espada y la pared: el Partido Católico Nacional en la época de Huerta 387-399 Miranda Lida Iglesia Católica, sociabilidad y canto gregoriano en Buenos Aires, en el primer tercio del siglo XX 401-422 Alessandro Saraco La Penitenzieria Apostolica e il suo archivio storico 423-434 Cosimo Semeraro Il Concilio Vaticano II attraverso lo studio degli Archivi dei Padri conciliari 435-440 Enrique De la Lama Así es (si así os parece) A propósito de un Diccionario de la Inquisición 441-452 Conversación / conversation Fermín Labarga Conversación en Barcelona con Juan Esquerda Bifet 455-472 Crónicas / chronicles Congresos y Seminarios Luis Carlos Mantilla Ruiz, OFM, Ciencia y cultura entre dos mundos 475-478 Eloísa Ramírez Vaquero, En los umbrales de España. La incorporación del reino 479-480 de Navarra a la Monarquía Hispánica Antón M. Pazos, Religion and Peace: Peace in Monotheistic Traditions 6 480-486 AHIg 21 / 2012 6 Joseba Louzao, III Encuentro de Jóvenes Investigadores de la Asociación de Historia Contemporánea 486-488 Otto Danwerth, Nuevos campos de investigación en la historia de las instituciones eclesiásticas y del derecho canónico indiano en la Nueva España (siglos xvi-xix) 488-494 Tesis doctorales Françoa Rodrigues Figuereido Costa, Cristo, misterio de la alianza, en la teología de Jean Daniélou 495-499 Miguel Brugarolas, El Espíritu Santo: de la divinidad a la procesión. Estudios de pneumatología en los Padres Capadocios 499-504 José Manuel de Lasala, La fe, en los escritos de Maurice Blondel (1904-1908) 505-510 Lorenzo de Los Santos Granados, Aportaciones filosóficas de Filón, san Teófilo y san Ireneo al concepto de pecado original 511-519 Fermín Labarga García, La Santa Escuela de Cristo. Una peculiar institución del Barroco hispano 519-528 Necrológicas José Luis Mora Mérida, Francisco Morales Padrón (1923-2010) 529-532 Rafael Ramis Barceló, Ramon Sugranyes de Franch (1911-2011) 533-534 Manuel Revuelta González, Quintín Aldea SJ (1920-2012) 534-538 Alfredo Verdoy, Giacomo Martina SJ (1924-2012) 538-542 Ludwig Vones, Odilo Engels (1928-2012) 543-544 7 nota editorial reseñas / Reviews OBRAS GENERALES John Binns, Las iglesias cristianas ortodoxas (F. Labarga) 547 Carlo Cardia, La Chiesa tra storia e diritto (J. Sedano) 548 Gerardo Castillo, 21 matrimonios que hicieron historia (J. Vergara Ciordia) 550 José Carlos Martín Martínez) 551 de la Hoz, Historia y leyendas de la Iglesia (J. Rodríguez John O’Malley, sj, Historia de los papas. Desde Pedro hasta hoy (C. J. Alejos) 552 Valentí Serra de Manresa, La predicació dels framenors caputxins. Des de l’arribada a Catalunya al Concili Vaticà ii (1578-1965) (S. Casas) 553 Hermann Josef Sieben, Studien zum Ökumenischen Konzil. Definitionen und Begriffe, Tagebücher und Augustinus-Rezeption (H. R. Drobner) 554 ANTIGÜEDAD Almudena Alba López, Teología política y polémica antiarriana. La influencia de las doctrinas cristianas en la ideología política del siglo iv (D. Ramos-Lissón) 556 Basilio de Cesarea, A los jóvenes: Cómo sacar provecho de la literatura griega. Exhortación a un hijo espiritual (M. Brugarolas) 558 Volker Henning Drecoll-Mirjam Kudella, Augustin und der Manichäismus (H. R. Drobner) 559 David L. Eastman, Paul, the Martyr. The Cult of the Apostle in the Latin West (E. Reinhardt) 561 EDAD MEDIA Y RENACIMIENTO Cyrille Aillet, Les Mozarabes. Christianisme, islamisation et arabisation en Péninsule Ibérique (IXe-XIIe siècle) (J. Pavón Benito) 562 Vicente de Beauvais, Tratado sobre la formación de los hijos de los nobles (1246). De eruditione filiorum nobilium (A. Fernández de Córdova) 564 Joaquín Benito (C. J. Alejos) 565 de Lucas, Poesía y religiosidad en la Edad Media castellana Giulio D’Onofrio, Storia del pensiero medievale (E. Reinhardt) 566 Thomas Ertl (ed.), Pompa sacra: lusso e cultura materiale alla corte papale nel basso Medioevo, 1420- 1527 (A. Fernández de Córdova) 567 8 AHIg 21 / 2012 8 Isabella Iannuzzi, El poder de la palabra en el siglo xv: Fray Hernando de Talavera (A. Fernández de Córdova) 568 Hélène Millet, Le concile de Pise. Qui travaillait à l’union de l’Église d’Occident en 1409? (A. García de la Borbolla) 570 Hideki Nakamura, SJ, «Amor invisibilium» Die Liebe im Denken Richards von Sankt Viktor (†1173) (E. Reinhardt) 572 Pedro Roche Arnas (ed.), El pensamiento político en la Edad Media (A. Fernández de Córdova) 573 Christof Rolker, Canon Law and the Letters of Ivo of Chartres (J. Sedano) 574 Matthias M. Tischler-Alexander Fidora (Hg.), Christlicher Norden – Muslimischer Süden. Ansprüche und Wirklichkeiten von Christen, Juden und Muslimen auf der Iberischen Halbinsel im Hoch- und Spätmittelalter (E. Reinhardt) 577 Óscar Villarroel González, El rey y el papa. Política y diplomacia en los albores del Renacimiento (el siglo xv en Castilla) (A. Fernández de Córdova) 578 TIEMPOS MODERNOS Rosa María Alabrús Iglesias (ed.), Tradición y Modernidad. El pensamiento de los dominicos en la Corona de Aragón en los siglos xvii y xviii (R. Ramis Barceló) 580 Maximiliano Barrio Gozalo, El sistema beneficial de la Iglesia española en el Antiguo Régimen (1475-1834) (F. Labarga) 582 Alfonso Botti (a cura di), Clero e guerre spagnole in età contemporanea (18081939) (S. Martínez Sánchez) 583 Á. Castro S ánchez -J. A. E gea A randa -Rosa M. G arcía N aranjo O. Morales Pérez-E. J. Navarro Martínez (coords.), Franciscanos, Místicos, Herejes y Alumbrados (R. Ramis Barceló) 584 Giorgio Del Zanna, I cristiani e il Medio Oriente (1798-1924) (S. Casas) 587 Álvaro Castro Sánchez, Las noches oscuras de María de Cazalla. Mujer, herejía y gobierno en el siglo xvi (R. Ramis Barceló) 588 Francisco Martín Hernández-José Carlos Martín de la Hoz, Historia de la Iglesia, ii: La Iglesia en la época moderna (J. Rodríguez Martínez) 589 Ana Morte Acín, Misticismo y conspiración. Sor María de Ágreda en el reinado de Felipe iv (J. R. Royo García) 591 Gerardo Vidal Guzmán, Retratos. El tiempo de las reformas y los descubrimientos (1400-1600) (C. J. Alejos) 591 9 nota editorial SIGLO XX Vicente Cárcel Ortí, La ii República y la Guerra Civil en el Archivo Secreto Vaticano. [i]. Documentos del año 1931 (S. Casas) 593 Philippe Chenaux, L’ultima eresia. La Chiesa cattolica e il comunismo in Europa da Lenin a Giovanni Paolo ii (1917-1989) (S. Casas) 594 Dominique-Marie Dauzet-Frédéric Le Moigne (dirs.), Dictionnaire des évêques de France au xx siècle (S. Casas) 595 Miguel Ángel Dionisio Vivas, Isidro Gomá ante la Dictadura y la República. Pensamiento político-religioso y acción pastoral (S. Casas) 596 Jean-François Galinier-Pallerola-Agustin Laffay-Bernard Minvielle (dirs.), L’Église de France après Vatican ii (1965-1975) (S. Casas) 597 Jesús Gutiérrez Flores-Fernando Obregón Goyarrolla-Enrique Gudín de la Lama-Enrique Menéndez Criado, Entre la espada y la pared. La represión del profesorado cántabro durante la guerra civil y la postguerra (R. Spuch) 598 Régis Ladous, Le Vatican et le Japon dans la guerre de la Grande Asie Orientale. La mission Marella (S. Casas) 599 Alberto Melloni, Pacem in terris. Storia dell’ultima enciclica di Papa Giovanni (S. Casas) 600 Jacques Prevotat (ed.), Pie xi et la France. L’apport des archives du pontificat de Pie xi à la connaissance des rapports entre la Saint-Siège et la France (S. Casas) 601 Gilles Routhier-Guy Jobin (eds.), L’autorité et les autorités. L’herméneutique théologique de Vatican ii (S. Casas) 602 Giovanni Sale, L’unità d’Italia e la Santa Sede (S. Casas) 603 Santa Genoveva Torres Morales, Escritos completos (relación, circulares, textos varios, libretas, cartas) (J. R. Royo García) 604 Karim Schelkens (ed.), The Council Notes of Edward Schillebeeckx 1962-1963 (S. Casas) 605 Karim Schelkens, Catholic Theology of Revelacion in the Eve of Vatican ii. A Redaction History of the Schema «De fontibus revelationis» (1960-1962) (V. Balaguer) 606 Cosimo Semeraro (ed.), La sollecitudine ecclesiale di Pio xi. Alla luce delle nuove fonti archivistiche (S. Casas) 607 Luis Suárez Fernández, Franco y la Iglesia (J. C. Martín de la Hoz) 608 Mauro Velati, Dialogo e rinnovamento. Verbali e testi del Segretariato per l’unità dei cristiani nella preparazione del Concilio Vaticano ii (1960-1962) (S. Casas) 610 10 AHIg 21 / 2012 10 AMÉRICA LATINA Fernán Altuve-Febres Lores (compilador), Bartolomé Herrera y su tiempo (C. H. Sánchez Raygada) 611 Francisco Javier Campos y Fernández de Sevilla, osa, El P. Diego Padilla y el «Aviso al público» (C. J. Alejos) 612 Johannes Meier-Michael Müller, Jesuiten aus Zentraleuropa in Portugiesisch– und Spanisch–Amerika. Ein bio–bibliographisches Handbuch. Band 2: Chile (1618-1771) (J. Herrera Gabler) 613 Josep-Ignasi Saranyana-Juan Bosco Amores Carredano (eds.), Política y religión en la independencia de la América hispana (I. Alva) 614 Jorge E. Traslosheros-Ana de Zaballa Beascochea (coords.), Los indios ante los foros de justicia religiosa en la hispanoamérica virreinal (C. H. Sánchez Raygada) 616 arte Marco Bona Castelloti, La paradoja de Caravaggio (F. Labarga) Mariano Casas Hernández, Memoria de la cena de Jesús. Aportaciones al estudio de la Eucaristía en el arte español (F. Labarga) Liana Castelfranchi-Maria Antonietta Crippa (dirs.), Iconografía y Arte cristiano (F. Labarga) Olegario González de Cardedal, El rostro de Cristo (F. Labarga) Armand Puig, La Sagrada Familia según Gaudí (F. Labarga) Sergio Ramírez González, Las órdenes religiosas en la Andalucía barroca. Arte e iconografía (F. Labarga) V ives -F errándiz S ánchez , Luis, Vanitas. Retórica visual de la mirada (F. Labarga) vvaa , Passio. Las Edades del Hombre. Medina del Campo/Medina de Rioseco (F. Labarga) vvaa, Virgen de las Angustias. Escultura e iconografía. ii Congreso Andaluz sobre Patrimonio Histórico (F. Labarga) Instrucciones para los colaboradores Revistas en intercambio Lista de libros recibidos 11 618 619 620 621 623 625 626 627 628 631 637 641 AHIg 21 / 2012 La Dignitatis humanae e la nuova laicità oltre la rivoluzione e la controrivoluzione Dignitatis Humanae and the new secularism, beyond revolution and counter-revolution Vittorio V. Alberti Profesor de Filosofía en la Pontificia Università Lateranense. Director de la revista científica on-line www.sintesidialettica.it. Colaborador del Pontificio Consejo Justicia y Paz y de la revista La Civiltà Cattolica [email protected] Abstract: Dignitatis humanae, the declaration of Vatican ii on religious freedom, represents an important step in the Church’s presentation of human freedom as expressed also in the political arena. By enshrining conscience and religious freedom as supreme, Dignitatis humanae completes the reflection of Gaudium et spes on the Church in the modern world. It establishes Christianity as a religion of the Logos and so of dialogue and free inquiry. In today’s era of globalization and ever more multiethnic societies, Dignitatis humanae contributes to renewing the role of religions in the public sphere and to elaborating the broader notions of religion in relation with secularity. Resumen: La declaración sobre la libertad religiosa, Dignitatis humanae, representa un paso importante tanto en la presentación de la libertad humana dentro de la Iglesia como en el campo político. Al consagrar la conciencia y la libertad religiosa como un bien supremo, Dignitatis humanae completa la reflexión de Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo moderno. Se establece el cristianismo como una religión del Logos, del diálogo y de la búsqueda. En la actual era de la globalización y de sociedades cada vez más multiétnicas, Dignitatis humanae contribuye a renovar el papel de las religiones en la esfera pública y a elaborar conceptos más amplios de la religión en relación a la laicidad. Keywords: Vatican ii, Dignitatis humanae, laicism (secularism), religious freedom, freedom of conscience, democracy Palabras clave: Vaticano ii, Dignitatis humanae, laicismo (secularismo), libertad religiosa, libertad de conciencia, democracia Studiare le premesse, l’elaborazione, le conseguenze e le proiezioni concettuali della dichiarazione conciliare Dignitatis humanae significa guardare al fondamento della libertà umana nella sua pienezza, e significa trattare il tormentato rapporto tra religione e politica, dunque il concetto di laicità. Nel mondo attuale, caratterizzato dal pluralismo culturale e, insieme, dalla difficile estensione della consapevolezza dei diritti della persona, la libertà religiosa così come è intesa in quel testo capitale rivela la sua fondamentale rilevanza culturale e politica. Essa non può essere vista solo come mancanza di oppressione e repressione, ma va intesa come valorizzazione, promozione della libertà della persona di maniAnuario de Historia de la Iglesia / vol 21 / 2012 / 303-320 issn 1133-0104 303 Vittorio V. Alberti festare i suoi convincimenti senza che questa abbia a temere l’esclusione sociale o, peggio, la persecuzione. La Dignitatis humanae ha posto su solide basi il principio della libertà sostenendo che non può esservi piena e libera fedeltà religiosa senza fedeltà alla propria coscienza. La domanda che oggi la Dignitatis humanae pone, è: la religione va trattata o tutelata solo attraverso misure giuridiche che garantiscano il suo esercizio privato, oppure occorre costruire una nuova concezione che superi le ristrettezze, le diffidenze e ostilità tra religione e libertà secolare, e così elaborare una teoria della laicità che includa nello spazio pubblico le ragioni della religione? In altre parole: è possibile costruire una concezione del rapporto tra fede e politica che riconosca a pieno titolo l’istanza degli argomenti della religione nello spazio pubblico scartando ogni pre-giudizio di mentalità integrista o anti-liberale ad essa attribuita? Questo è il nodo che la filosofia del nostro tempo deve sciogliere per elaborare una nuova cultura che fondi una politica che sia in grado di governare, nella libertà e nella giustizia, la società multietnica, multireligiosa e multiculturale. L’evoluzione del concetto di democrazia è in gioco: e la democrazia, come la libertà e la giustizia, va ricostruita ogni giorno, ogni giorno purificata, e non può darsi senza un tessuto etico che viene anche dal cristianesimo: un tessuto che, tuttavia, non può essere inteso come «ideologia dell’Occidente», secondo la visione neo e teoconservatrice, dal momento che questa snaturerebbe, come già ha snaturato, la natura intimamente universale del messaggio cristiano di lógos e carità. Nell’antichità non esisteva il concetto profondo di dignità dell’uomo: questo si deduce anche rileggendo Benjamin Constant. E certo, senza idea di dignità dell’uomo non sarebbe stato possibile pensare l’eguaglianza di tutti gli uomini, senza la quale non c’è democrazia. Questo è un fatto incontestabile che ogni pensatore libero e onesto non può non riconoscere. Ma perché mi trovo costretto a puntualizzare su tale onestà? Perché in ambito religioso e in ambito non religioso è raro trovare una mentalità pienamente laica. É difficile, insomma, anche in pensatori importanti, non trovare pregiudizi antireligiosi, anche visceralmente antireligiosi o antiecclesiastici, e parimenti atteggiamenti integristi nel senso della difesa strenua e impositiva del messaggio religioso: entrambi brandiscono una verità dal volto arcigno che non conosce dialogo, umiltà e carità, e dunque ragionevolezza e, dunque, in fin dei conti, possibilità politica. Questi temi, infatti, sui quali incide moltissimo il fattore di mentalità, non vanno trattati solo con una logica impeccabile ma avulsa dalla storia e dalla concreta natura umana. La laicità è concetto ambiguo, è parola ambigua, che per ragioni storiche il più delle volte non è intesa in piena onestà intellettuale e libertà di pensiero. Nella costituzione Gaudium et spes si legge: Le istituzioni, le leggi, i modi di pensare e di sentire ereditati dal passato non sempre si adattano bene alla situazione attuale; di qui un profondo disagio nel comportamento 304 AHIg 21 / 2012 La Dignitatis humanae e la nuova laicità oltre la rivoluzione e nelle stesse norme di condotta. Anche la vita religiosa, infine, è sotto l’influsso delle nuove situazioni. Da un lato, un più acuto senso critico la purifica da ogni concezione magica nel mondo e dalle sopravvivenze superstiziose ed esige un’adesione sempre più personale e attiva alla fede; numerosi sono perciò coloro che giungono a un più vivo senso di Dio. D’altro canto però, moltitudini crescenti praticamente si staccano dalla religione. A differenza dei tempi passati, negare Dio o la religione o farne praticamente a meno, non è più un fatto insolito e individuale. Oggi infatti non raramente un tale comportamento viene presentato come esigenza del progresso scientifico o di un nuovo tipo di umanesimo. Tutto questo in molti paesi non si manifesta solo a livello filosofico, ma invade in misura notevolissima il campo delle lettere, delle arti, dell’interpretazione delle scienze umane e della storia, anzi la stessa legislazione: di qui il disorientamento di molti 1. E ancora: Di qui derivano diffidenze e inimicizie, conflitti ed amarezze di cui l’uomo è a un tempo causa e vittima 2. [...] la dignità dell’uomo richiede che egli agisca secondo scelte consapevoli e libere, mosso cioè e determinato da convinzioni personali [...] 3. Ecco, in questi brevi passaggi è contenuto l’orizzonte di conseguenze che la Dignitatis humanae ha generato e genera oggi: si tratta di un complesso magma che riguarda principalmente l’idea di secolarizzazione, sulla quale così sintetizza Pietro Scoppola: La secolarizzazione nell’Occidente cristiano ha radici antiche, rappresenta un fenomeno cui il cristianesimo e il particolare la Chiesa cattolica ha saputo, anche se attraverso aspri conflitti, adattarsi progressivamente scoprendone addirittura le radici cristiane; il magistero stesso della Chiesa [...] ha sapientemente distinto tra secolarizzazione e secolarismo; voci autorevoli di studiosi cattolici hanno invitato a superare ogni nostalgia per il passato. Anche [...] Jürgen Habermas, si spinge oggi a dire che solo la religione può ricivilizzare la modernità perché solo la religione, sia pure tradotta politicamente in un linguaggio laico, può aiutare la società europea a conservare le proprie risorse spirituali. In questa prospettiva la secolarizzazione nel mondo cristiano non esclude un’incidenza del fattore religioso sulla società, anzi la implica, ma in forme nuove rispetto al passato e in particolare rispetto ai modelli di cristianità, più o meno fondati, offerti dalla storia 4. Ecco dunque la necessità del superamento del passato da intendersi come l’effetto di quello strano concorso di circostanze, come lo chiamò Toqueville, per il quale la religione negli Stati Uniti è il primario fondamento della libertà, mentre in Europa 1 2 3 4 Cost. past. Gaudium et spes (1965), 7. Ivi, 8. Ivi, 18. Pietro Scoppola, La democrazia dei cristiani, Roma, 2005, pp. 208-9. AHIg 21 / 2012 305 Vittorio V. Alberti genera sospetto, reticenza, ostilità: una ostilità provocata in primo luogo dal legame storico tra istituzione ecclesiastica e Stato assolutista monarchico, contro il quale il liberalismo politico ha mosso. Così scrive Toqueville: [i sacerdoti cattolici negli Stati Uniti, nda] attribuivano principalmente alla completa separazione della chiesa dallo stato il pacifico impero esercitato dalla religione nel loro paese. Posso affermare senz’altro che durante il mio soggiorno in America non ho incontrato un solo uomo, prete o laico, che non fosse d’accordo su questo punto 5. E ancora: Si sono viste religioni intimamente unite ai governi terreni dominare le anime col terrore e con la fede; ma, quando una religione contrae una simile alleanza, non temo di dirlo, agisce come potrebbe farlo un uomo: sacrifica l’avvenire in vista del presente e, ottenendo un potere che non le spetta, mette a repentaglio il suo potere legittimo. [...] La religione non può dunque condividere la forza materiale dei governanti senza caricarsi di una parte degli odi che questi fanno nascere. [...] In Europa il cristianesimo ha permesso che lo si unisse intimamente alle potenze terrene 6. * * * Nella storia recente le religioni hanno incrementato la propria facoltà di condizionare la politica, sia negli ambiti nazionali che in quelli internazionali. E tale condizionamento si sta rafforzando – e si è rafforzato – anche nelle sue forme più integriste. A cinquant’anni dall’inizio del Concilio Vaticano ii, oggi, la Dignitatis humanae, nel contesto sociale globale nel quale ci troviamo, offre fondamentali argomenti per governare il nuovo rapporto tra fede e ragione, e religione e politica, dunque la nuova idea di laicità della quale l’attuale (e futura) situazione necessita. Il tema della libertà religiosa è al centro, del resto, del magistero del pontefice Benedetto xvi, declinato in termini di dialogo tra fede e ragione, e religione e politica, tra umanesimo cristiano e umanesimo non cristiano. E, a questo proposito, ritengo utile rileggere il Messaggio per la giornata mondiale della pace (1 gennaio 2011), dedicato alla «libertà religiosa, via per la pace». Sono questioni che pongono al centro le implicazioni filosofiche e politiche concentrate nel noto dilemma proposto da Ernst-Wolfgang Böckenförde in un passaggio 5 6 Alexis de Toqueville, La democrazia in America, trad. it. Milano, 1992, p. 297. Titolo originale dell’opera: De la démocratie en Amerique (1835-1840). Ivi, pp. 289-9 e 302. 306 AHIg 21 / 2012 La Dignitatis humanae e la nuova laicità oltre la rivoluzione del volume La formazione dello Stato come processo di secolarizzazione 7, del 1964: «lo Stato liberale secolarizzato vive di presupposti che esso stesso non è in grado di garantire». È, questa, un’affermazione che coinvolge intimamente e direttamente i contenuti della Dignitatis humanae, che non a caso ebbe un percorso assai travagliato. Ultimo testo approvato dopo tre anni di Concilio, la Dignitatis humanae fu una dichiarazione straordinariamente innovativa, portatrice di grandi speranze – come dichiarò il suo primo relatore, il monsignore Emile Joseph De Smedt – e anche una tra le più discusse e controverse. Ancora oggi ad essa sono mosse innumerevoli critiche nel mondo cattolico e, parimenti, tra i suoi attuali sostenitori c’è chi denuncia una generale mancanza di conoscenza delle sue implicazioni profonde. La definizione della Dichiarazione fu portata a compimento grazie alla documentata tenacia di Paolo vi, che dovette districarsi in un travagliatissimo cammino che pochi altri documenti conciliari dovettero subire. La Dignitatis humanae, infatti, parla del rapporto delicatissimo tra libertà e verità, tra religione e politica, tra la Chiesa e lo Stato, tra Cesare e Dio. Così, la sua incidente rilevanza anche politica ha fatto sì che il testo fosse costantemente oggetto di critiche, anche aspre, così come di slanci di entusiasmo, in un mondo da poco uscito dalla Seconda guerra mondiale e immerso nella crudezza della Guerra fredda. Tuttavia non occorre definire sbrigativamente le posizioni avverse al documento come «retrive» o «reazionarie». Parecchie forme di critica muovevano, infatti, anche da un legittimo timore: dalla paura che il Vangelo e la stessa identità della Chiesa di Cristo fossero per così dire colpiti nel profondo; fossero, cioè, resi lettera morta, svuotati della loro portata e forza in favore di un vago e indiscriminato pluralismo. In altre parole: si temeva che quella della Chiesa cattolica divenisse un’opzione tra le tante, che come le altre avesse una dignità del tutto relativa perdendo così la propria complessa natura di corpo mistico, pellegrinaggio e secolo. Al momento della votazione del 21 settembre 1965 – in pubblica seduta, alla presenza di Paolo vi – furono 220 i voti contrari al testo. Al momento, poi, della solenne promulgazione, il 7 dicembre, i contrari (non placet) furono 70, a fronte di 2308 favorevoli (placet) e 8 voti nulli. Il testo finale fu promulgato con questo titolo: Declaratio de libertate religiosa. De iure personae et communitatum ad libertatem socialem et civilem in re religiosa. La Dignitatis humanae fu il testo che –nonostante la sua brevità e nonostante la sua forma non paragonabile in solennità ad altri documenti conciliari– forse più di ogni altro diede l’impronta al Vaticano ii, alla dottrina cattolica a un secolo dalla Quanta cura e dal Sillabo di Pio ix, dell’8 dicembre 1864. 7 Il volume fu pubblicato nel 1967 con il titolo Die Entstehung des Staates als Vorgang der Säkularisation, oggi Recht, Staat, Freiheit (Ragione, Stato, Libertà) Frankfurt a.M., Suhrkamp, 1991 (traduz. it. La formazione dello Stato come processo di secolarizzazione, a cura di M. Nicoletti, Morcelliana, Brescia 2006). AHIg 21 / 2012 307 Vittorio V. Alberti Inoltre, tra coloro che giudicarono il documento come erroneo, e dunque inaccettabile per la dottrina cattolica, vi fu chi denunciò la equiparazione tra tutte le religioni, come del resto è avvenuto in anni recenti ad Assisi nel 1986 e, ancora ad Assisi, nel 2011. Ad essi si contrapposero coloro che riconoscono e valorizzano il diritto fondamentale di ciascuna persona di seguire liberamente il proprio credo, in piena libertà, o anche il proprio non credere, o anche l’errore. Quella contraria, fu una posizione che va ben compresa in quel tempo. La dottrina cristiana non ne uscì scalfita, anzi, come molti osservano adducendo argomentazioni in primo luogo teologiche, ne uscì purificata poiché si pose l’enfasi su tre elementi: la carità, la libertà e l’incontro della Chiesa con il mondo, dunque con la storia. Si offrì, dunque, una prospettiva che riuscì a superare la vecchia visione «autoritaria» per la quale da un modello razionale per così dire statico dovesse discendere il particolare storico concreto sovrapponendo o confondendo l’universalità della religione con la particolarità della politica. In questo senso, con la Dignitatis humanae, ma direi con il Concilio in generale, è cambiato l’approccio della Chiesa con il mondo. Nel caso specifico della libertà religiosa, essa trova nella Dichiarazione un solido e valido sostegno teorico che va continuamente purificato, aggiornato alla luce dei mutamenti della storia del mondo. Questo non significa giungere a tesi viziate dal segno del compromesso: significa tenere viva una concezione. Inoltre va detto che il concetto di libertà religiosa è relativamente moderno: esso è avvertito in particolare dalla sensibilità moderna per ragioni relative alla storia moderna e contemporanea, dunque esso ha avuto un’elaborazione e una formalizzazione antropologica, filosofica e sociologica in tempi relativamente recenti rispetto ad altri concetti molto più antichi. Ne consegue che il ricorso per così dire automatico e letterale alle sue origini bibliche non è immediato ed evidente. Ma, nonostante ciò, vi sono innumerevoli principi e riferimenti dalla Scrittura pienamente in grado di fondarlo, e dunque di legittimare anche teologicamente e biblicamente, la Dichiarazione. Sono riferimenti tratti sia dall’Antico che dal Nuovo Testamento. In aggiunta a questi, innumerevoli sono gli esempi storici che giungono dal cristianesimo storico, di figure religiose o laiche, di artisti e pensatori che, di fatto, hanno agito seguendo i principi contenuti nella Dichiarazione. Va ricordato, inoltre, che nel consesso internazionale occidentale, l’approvazione della Dignitatis humanae valse alla Chiesa di Roma una lode diffusa, tanto che l’intervento di Paolo vi dinanzi all’assemblea generale delle Nazioni Unite a New York, di appena due settimane dopo, fu salutato con notevole favore. Il Papa, infatti, giunse nel consesso dell’Onu preceduto dalla Dignitatis humanae: un fatto che determinò, più di ogni altra cosa, una positiva inclinazione nei riguardi della Chiesa cattolica del tempo. Con la Dichiarazione, tutti i tradizionali concetti-chiave propri di questa disciplina, in particolare la relazione tra Stato, verità e tolleranza, furono posti in una 308 AHIg 21 / 2012 La Dignitatis humanae e la nuova laicità oltre la rivoluzione nuova prospettiva: quella della centralità e della dignità umana. Fu questo il punto di partenza di ogni successivo argomento. La dignità della persona vale per tutte le persone, a prescindere dal proprio credo, dalla propria condizione, dalle proprie idee. E, di qui, la sua difesa da un potere che ne nega, o ne può negare, i diritti naturali. Ed ecco il principio dell’incompetenza dello Stato in materia religiosa, dunque il principio della libertà religiosa: quella libertà –cioè– che è alla base di ogni altra libertà, a partire da quella di coscienza. Come si legge nel proemio, primo paragrafo della Dichiarazione: «la verità non si impone che in forza della verità stessa, la quale penetra nelle menti soavemente e con vigore» (soavemente, dunque: non in forza di un potere). Questo, certo, non nega alla Chiesa la missione di testimoniare la verità e di ricercare la verità, ma nega al potere di fondersi in tale processo. Questo svincola la religione –senza relegarla nel solo foro interno privato– dalla dinamica del potere positivo diretto, e svincola lo Stato da ogni ingerenza nei fatti relativi alla dinamica religiosa. In questo senso, la Chiesa mantiene salda la sua attività nello spazio pubblico di annunciare il Vangelo, ma tale idea di presenza nello spazio pubblico scarta la possibilità che sia lo Stato a doverla imporre. Lo Stato, invece, deve garantirla attraverso il principio giuridico della libertà religiosa. È qui il nodo politico, il giro di boa –per così dire– rispetto al passato, anche se occorre dire che tale passato, poi, nella realtà dei fatti, è stato molto più coerente con la dottrina conciliare in materia più di quanto si possa pensare certa mentalità avversa pregiudizialmente alla Chiesa che, sbrigativamente ed erroneamente la racchiude in schemi semplicistici di reazione e oppressione della libertà. Come osserva Piero Coda: la Dignitatis humanae [...] rappresenta un segno [...] fondamentale per l’autocoscienza cristiana: esso mette infatti in evidenza come la situazione conflittuale e contrappositiva che caratterizza nella nostra epoca il rapporto tra verità e libertà, situazione emersa in alcune forme del moderno e patita e riproposta in maniera speculare da alcune interpretazioni cattoliche della modernità, in realtà non riesca a cogliere l’originalità dell’evento rivelativo neotestamentario caratterizzato dalla singolarità dell’evento cristologico. La novità dell’evento cristologico, in quella prospettiva di ontologia trinitaria in cui il divenire come agápe è pensato interno all’essere, postula e richiede invece una visione del rapporto tra la verità e la libertà che, lungi dall’essere conflittuale, risulta essere piuttosto caratterizzato da una mutua implicazione. L’istituzione della libertà come luogo ed espressione del darsi della verità e del relazionarsi dell’uomo ad essa appare dunque, oggi, come il punto nodale sia per un ripensamento non negligente della fede cristiana, sia per un dialogo autentico con le altre istanze culturali 8. 8 Piero Coda, Verità e libertà, in P. Coda e Emanuele Severino, La verità e il nulla, Cinisello Balsamo (Milano), 2000, p. 53-4. AHIg 21 / 2012 309 Vittorio V. Alberti La rinuncia alla «coercizione della verità» nella sfera statuale ha fatto germogliare un’idea di cristianesimo molto più autentico nel senso della ricerca, del pellegrinaggio: una prospettiva biblica, come ha più volte insistito Carlo Maria Martini. E tale stato di cose ha poi permesso una maggiore capacità e facoltà per la Chiesa di entrare in dialogo con le altre confessioni e anche con le sfere molteplici dell’agnosticismo e della non-credenza aperta alla ricerca. Ma prima di proseguire sulle implicazioni attuali e future della Dichiarazione, occorre rivedere la parabola di tale prezioso documento, forse –lo ripeto– il più dirompente tra quelli elaborati dal Concilio. La prima redazione fu stesa nel 1960 in Svizzera, a Friburgo, nell’ambito di una sottocommissione del Segretariato per l’unità dei cristiani che riuniva teologi e vescovi che, il 27 dicembre, elaborarono il cosiddetto “documento di Friburgo” dedicato a tre questioni fondamentali: la relazione tra cattolici e non credenti, la tolleranza, il rapporto tra lo Stato e la Chiesa. Il testo risentiva ancora della vecchia teoria della tesi e dell’ipotesi –elaborata dal Gesuita Carlo M. Curci– 9, fondatore della rivista La Civiltà Cattolica, e ripresa dopo il Sillabo dal vescovo francese Felix Dupanloup – per la quale, in tesi, cioè sul piano dei principi, solo la verità ha diritto di essere riconosciuta dallo Stato, mentre in ipotesi, cioè sul piano storico concreto, vige il principio della tolleranza. Una visione, questa, che nella Chiesa sembrava irremovibile sul piano teologico, filosofico, politico, istituzionale, della consuetudine e della mentalità. Dopo due anni, nel giugno del 1962, giunse un secondo documento che modificò il titolo del primo dei tre capitoli di Friburgo, quello dedicato al rapporto tra cattolici e non credenti, intitolandolo De bonis fidei in caritate promovendis. Il primo capitolo di Friburgo, tra le altre cose –in particolare la storia sociale in relazione alla fede– già stabiliva il principio della inviolabilità della persona, dunque la dignità della persona a partire dalla propria coscienza, che dunque occorre rispettare anche laddove si ritenga che essa sia caduta nell’errore. Questo è il passaggio centrale, che poi costituirà la vera grande novità della Dignitatis humanae. Come scrive Gianpaolo Salvini: Il punto delicato è quello dei rapporti tra impostazione teologica e problematica giuridica, che il documento di Friburgo non chiariva ancora a sufficienza. Parlando dei diritti della verità, il testo rivelava che si tratta di una formula ambigua, in quanto, in senso proprio, la verità non ha diritti. Unico soggetto dei diritti è la persona umana e la società in quanto composta di persone umane. È vero invece che la persona ha obblighi verso la verità. Un secondo nodo, allora soltanto accennato, è il ruolo dello Stato in ordine al culto. Quest’ultimo è certamente atto della Chiesa e dei suoi membri, ma qual è il ruolo 9 Carlo Maria Curci, Il congresso cattolico di Malines e le libertà moderne, in: La Civiltà Cattolica 2 Ottobre 1863 (Serie V, vol. III, fasc. 326), 129-149. 310 AHIg 21 / 2012 La Dignitatis humanae e la nuova laicità oltre la rivoluzione dello Stato alle prese con valori che lo trascendono? Il documento del 1962 afferma sinteticamente che «come ogni società umana, la società civile deve servire Dio». Ma ha l’obbligo di assicurare questo servizio rimanendo nell’ambito della propria natura. Il testo del 1962 fu presentato dal Segretariato per l’Unità dei Cristiani alla seduta della Commissione Centrale del Concilio del 12-20 giugno 1962 alla quale era giunto anche un testo della Commissione Teologica, presieduta dal cardinale [Alfredo, nda] Ottaviani, che affrontava lo stesso argomento e portava il titolo: Delle relazioni tra Chiesa e Stato e della tolleranza religiosa. Esisteva, fra l’altro, anche un problema di competenza, per risolvere il quale Giovanni xxiii provvide a equiparare il Segretariato alle Commissioni conciliari, mettendolo in grado di svolgere a pieno diritto un lavoro conciliare. Ma nessun testo sulla libertà religiosa venne presentato in aula durante il primo periodo del Concilio; fu quindi Paolo vi ad accompagnare il lavoro su questo tema nelle sessioni successive 10. Vi furono cinque stesure. Fu poi approvata la sesta. Originariamente il testo fu pensato come parte di un documento, non come una dichiarazione autonoma. Si trattava del quinto capitolo del Decreto sull’ecumenismo. Nella prima stesura pensata in forma di capitolo già si parla di vera libertà religiosa, non più nel senso di sola tolleranza (cf. teoria della tesi e dell’ipotesi), ma di principio essenziale al quale si affiancano quelli della libertà di coscienza, di opinione, di culto (la libertà religiosa è concetto più ampio della sola libertà di culto). In questo senso, nel testo si intendeva la libertà religiosa come il diritto della persona di non essere invalidata da altri nell’osservare e proclamare i propri doveri pubblici e privati nei confronti di Dio e degli uomini, presi singolarmente o collettivamente 11. Di qui si deduce la primazia della coscienza del singolo. E la coscienza è un luogo di ricerca, dove nulla è prestabilito né dev’essere imposto da un’autorità esterna. L’uomo, dunque, secondo questa impostazione, può e deve seguire la propria coscienza in libertà, e l’autorità dello Stato deve rispettare tale dinamica. Questa prospettiva, inoltre, coinvolge molto i cattolici nel senso che essi devono anch’essi rispettare la «ricerca» di coloro che non sono cattolici, siano essi fedeli di altre confessioni o non religiosi. Dal testo, insomma, emerge la fissazione del principio secondo il quale la libertà religiosa è un diritto naturale modellato intorno all’idea che l’atto di fede è libero per ciascuno. E anche il culto, dunque, è un diritto di ciascuno, sia nella sfera pubblica che in quella privata 12. 10 11 12 Gianpaolo Salvini, La «Dignitatis humanae». La libertà religiosa in Paolo vi, in La Civiltà Cattolica, n. 3784 (16 febbraio 2008 - anno 159), pp. 340-341. «ius personae ne ab aliis impediatur quominus observet et proclamet officia sua publica et privata erga Deum et erga nomine, singulariter vel collective sumptos». Cfr. Giovanni xxiii, Lett. enc. Pacem in terris (1963), 8. AHIg 21 / 2012 311 Vittorio V. Alberti La dialettica della verità nel foro interno e nello spazio pubblico, giuridico e politico, implicò l’attenzione a un tema centrale: quello dell’errore e della verità. La domanda fu: posso seguire la libertà di coscienza anche se questa mi conduce all’errore? A questo proposito, Giovanni xxiii nella Pacem in terris pone l’interessante distinzione tra l’errore e colui che erra, cioè l’errante 13, e quella tra movimenti storici e dottrine filosofiche ideologiche 14. E, ancora, di qui, il complessissimo tema dell’incontro della Chiesa con il mondo, sia come «popolo di Dio», come la definisce la Costituzione dogmatica Lumen gentium (1964), sia secondo le sofisticate tesi della Costituzione pastorale Gaudium et spes (1965). Ed ecco come la parabola della Dignitatis humanae muoveva dall’idea secondo la quale la libertà religiosa non è in contraddizione, o addirittura ostile, alla fede cristiana e alla volontà divina così come la intendeva Pio ix nella Quanta cura. Nel 1964 il testo andò in aula dopo le ristesure Declaratio prior e Textus emendatus, più volte modificate. Il concetto di libertà religiosa è, da lì, inteso come diritto naturale dell’essere umano, un diritto riscontrabile da tutti, accessibile e riconoscibile (esso figura in molte costituzioni e testi internazionali, primo fra tutti la Dichiarazione universale dei diritti dell’uomo del 10 dicembre 1948) 15. 13 14 15 «Non si dovrà però mai confondere l’errore con l’errante, anche quando si tratta di errore o di conoscenza inadeguata della verità in campo morale religioso. L’errante è sempre ed anzitutto un essere umano e conserva, in ogni caso, la sua dignità di persona; e va sempre considerato e trattato come si conviene a tanta dignità. Inoltre in ogni essere umano non si spegne mai l’esigenza, congenita alla sua natura, di spezzare gli schemi dell’errore per aprirsi alla conoscenza della verità. E l’azione di Dio in lui non viene mai meno. Per cui chi in un particolare momento della sua vita non ha chiarezza di fede, o aderisce ad opinioni erronee, può essere domani illuminato e credere alla verità. Gli incontri e le intese, nei vari settori dell’ordine temporale, fra credenti e quanti non credono, o credono in modo non adeguato, perché aderiscono ad errori, possono essere occasione per scoprire la verità e per renderle omaggio» (PT, 83). «Va altresì tenuto presente che non si possono neppure identificare false dottrine filosofiche sulla natura, l’origine e il destino dell’universo e dell’uomo, con movimenti storici a finalità economiche, sociali, culturali e politiche, anche se questi movimenti sono stati originati da quelle dottrine e da esse hanno tratto e traggono tuttora ispirazione. Giacché le dottrine, una volta elaborate e definite, rimangono sempre le stesse; mentre i movimenti suddetti, agendo sulle situazioni storiche incessantemente evolventisi, non possono non subirne gli influssi e quindi non possono non andare soggetti a mutamenti anche profondi. Inoltre chi può negare che in quei movimenti, nella misura in cui sono conformi ai dettami della retta ragione e si fanno interpreti delle giuste aspirazioni della persona umana, vi siano elementi positivi e meritevoli di approvazione?» (PT, 84). All’articolo 18 si legge che: «Ogni individuo ha diritto alla libertà di pensiero, di coscienza e di religione; tale diritto include la libertà di cambiare di religione o di credo; e la libertà di manifestare, isolatamente o in comune, e sia in pubblico che in privato la propria religione o il proprio credo nell’insegnamento, nelle pratiche, nel culto e nell’osservanza dei riti». 312 AHIg 21 / 2012 La Dignitatis humanae e la nuova laicità oltre la rivoluzione John Rawls, è interessante ricordarlo, scrive che la Chiesa cattolica, con la Dignitatis humanae, si impegna a sostenere il principio della libertà religiosa così come è definito nella forma attuata dai regimi democratici costituzionali: Nella Dichiarazione sulla libertà religiosa, Dignitatis humanae (1965) [...] la Chiesa cattolica ha aderito al principio della libertà religiosa così come viene espresso nella democrazia costituzionale. Ha proclamato la dottrina etica della libertà religiosa fondata sulla dignità della persona umana; una dottrina politica riguardo ai limiti del governo in questioni religiose; e una dottrina teologica della libertà della Chiesa nelle sue relazioni sociali e politiche. Secondo la dichiarazione, tutte le persone, quale che sia la loro fede, hanno diritto alla libertà religiosa negli stessi termini 16. Per i padri conciliari fu fondamentale unire l’idea di libertà religiosa con la dottrina cristiana, così essa non fu identificata solo con la libertà di coscienza, ma fu estesa stabilendo un chiaro riferimento originario alla natura divina dell’uomo, alla sacralità della persona umana; sacra, perché creatura di Dio. Come creatura di Dio, l’uomo è dotato di coscienza: una facoltà che Dio gli ha dato insieme al primo dono della libertà. E così, accostando libertà a coscienza, si stabilisce il principio del pellegrinaggio, del cammino dell’uomo verso Dio, verso la verità che quindi non è un monolite dato una volta per tutte, chiaro e statico, ma una categoria da rintracciare attraverso tale cammino. Ed ecco la coerenza somma con la tradizione del cristianesimo come religione, non del Libro, ma del lógos. In buona sostanza, chi segue la propria coscienza, obbedisce al percorso che –nella libertà– Dio, nell’atto della creazione, ha impresso all’uomo. Se l’uomo segue la propria coscienza, anche se il più delle volte in modo confuso, inconsapevole, in un modo corroso dal dubbio e dall’incertezza o dall’angoscia, obbedisce a Dio. Ed ecco la centralità della libertà, e di qui la dignità (dignitas) dell’uomo. Ed ecco per quale ragione nessuno può intromettersi tra l’uomo e la sua coscienza: cioè non si può obbligare l’essere umano ad agire contro di essa. E se tale coscienza interiore si declina nei termini della fede, come coscienza religiosa, nessuno può coartare l’uomo in questo suo diritto naturale e divino. La libertà religiosa, così declinata anche in rapporto a quella di coscienza (entrambe unite all’origine divina), non può che disporsi verso la testimonianza libera di ciò che esse prescrivono: ed ecco il diritto di proclamare pubblicamente la propria religione. E qual è il ruolo dello Stato? Quello di tutelare (certo, non secondo l’idea storica dello Stato etico o dello Stato paternalista) questa dinamica pubblica e libera, non 16 John rawls, Il diritto dei popoli, trad. it., Torino, 2001, p. 28 e, in altra forma, ma con medesimo contenuto, p. 222 (titolo originale dell’opera: The Law of Peoples with «The Idea of Public Reason Revisited», Harvard, 1999. AHIg 21 / 2012 313 Vittorio V. Alberti quello di negarla. La differenza tra le due azioni è formidabile. Ed ecco la dialettica propria della libertà che potrei definire come mediazione tra la libertà liberale e la libertà democratica: lo Stato, in questo senso, tutela la libera espressione, e la tutela attraverso le leggi, cioè attraverso norme che limitano (la libertà non è la facoltà di fare ciò che voglio, ma di fare nelle regole) solo se il mio libero esercizio confligge con i fini sociali e solo se opprimo la libertà altrui. Ora, una verità che si traduce in solo diritto positivo genera e legittima solo un principio di autorità, e così lede la coscienza interiore donata da Dio all’uomo. Una verità che diviene braccio politico è, dunque, una forma che contrasta con la natura intima del cristianesimo, che in primo luogo traguarda l’orizzonte della giustizia nel contesto ancor più ampio della caritas, che certo non prevede che l’errore semplicemente si tolleri, ma ne comprende lo snodarsi quando questo si manifesta secondo libera e spontanea coscienza. E di qui la fenomenologia del perdono, propria della comunità cristiana. Questo non significa stabilire un facile irenismo, né avallare pubblicamente atteggiamenti in mala fede: significa capire profondamente la natura umana e rispettarla ponendola in intima connessione con il cuore del messaggio evangelico andando ben oltre la sola tolleranza. E, altresì, sul piano politico e giuridico, questo non significa che non va punito il crimine. Occorre, invece, per dirla in estrema sintesi con Cesare Beccaria, distinguere il reato dal peccato. Durante il Concilio era molto attivo un gruppo di cardinali e vescovi d’ispirazione tradizionalista, detto Coetus Internationalis Patrum, guidato dal cardinale romano Alfredo Ottaviani. Tra gli esponenti più in vista vi era il cardinale arcivescovo di Palermo Ernesto Ruffini, molto attivo durante tutto il triennio conciliare, e nominato membro del consiglio di presidenza da Giovanni xxiii. Quando intervenne in aula, egli difese fermamente (il suo motto cardinalizio era, peraltro, firmiter stat) la tradizionale teoria della tesi e dell’ipotesi affermando che l’unica e ammissibile origine della libertà fosse la verità, dunque non era ammissibile l’accettazione dell’errore. Esso, certo, va «pazientemente e benevolmente» tollerato nella vita storica concreta, ma non riconosciuto, tanto più in sede giuridica. La storia infatti si sviluppa nel peccato. Di conseguenza, un testo come quello presentato, secondo Ruffini e molti altri, giustificava anche formalmente l’errore indebolendo la verità, dunque generando indifferenza verso questa. E, certo, l’errore e la verità non possono essere assimilati, messi sullo stesso piano, né tantomeno avere pari diritti. Coerentemente con ciò, egli respingeva la questione dell’incompetenza dello Stato in materia di religione. Questa del cardinale Ruffini fu la ferma posizione della Curia romana e di gran parte dei vescovi italiani e spagnoli. A tale idea, che poi costituì il principale terreno di scontro, risposero i vescovi dell’America del Nord, ispirati dalle tesi di un personaggio rivelatosi decisivo, e che Paolo vi volle come consulente per l’elaborazione del testo proprio perché intese 314 AHIg 21 / 2012 La Dignitatis humanae e la nuova laicità oltre la rivoluzione orientare la Chiesa di Roma in altro modo. Si trattava del gesuita statunitense John Courtney Murray, che appunto nel dibattito portò un’idea «americana» del rapporto tra religione e politica. Gli americani sostennero, in risposta a Ruffini, la teoria della dignità dell’uomo e della libertà di coscienza e religiosa, dichiarando che essa non fosse affatto in contrasto con la dottrina cristiana, e che anzi ne rivelasse il vero volto. Inoltre affermarono che tale impostazione era riconosciuta dal mondo civile del tempo, ed era affatto accettabile nell’ambito della Chiesa cattolica. I vescovi americani, attraverso il cardinale arcivescovo di Boston, Richard James Cushing, auspicarono, inoltre, che la Chiesa di Roma (ricordiamo che si era in piena Guerra fredda) si presentasse come principale paladina nella difesa dei diritti civili. Cushing, così, introdusse il tema fondamentale del ruolo della religione nello spazio pubblico. Come ricorda Salvini: Appoggiandosi alla storia e alla dottrina della Pacem in terris, il cardinale [Cushing, nda] affermava che la libertà religiosa è richiesta (postulatur) dalla verità, dalla giustizia, dall’amore e dalla libertà. La giustizia richiede che tutti i cittadini godano degli stessi diritti civili, mentre l’amore si oppone a ogni discriminazione per motivi di religione. Quanto alla verità, tutti gli uomini hanno la stessa dignità, in quanto persone umane e quindi dotate degli stessi diritti umani, tra i quali Giovanni xxiii colloca anzitutto il diritto alla libertà religiosa. In questa linea la libertà civile diventa un fine supremo della politica e un mezzo necessario per ottenere i fini più alti della persona umana. Nello stesso senso si espresse il card. A. G. Meyer, arcivescovo di Chicago, sostenendo che con questa posizione ci si sarebbe opposti a tutti i regimi totalitari che perseguitano le religioni e si sarebbe favorito un dialogo ecumenico capace di riconoscere la sincerità degli atteggiamenti degli altri. Anche il card. P. E. Léger, arcivescovo di Montreal, giudicò la Declaratio [prior, sulla quale anche Cushing concordava, nda] quanto mai opportuna (peropportuna), chiedendo però che si specificasse che il soggetto della libertà religiosa è ogni persona e non solo il cristiano 17. Ed ecco la straordinaria innovazione impressa al dibattito dall’episcopato statunitense, coerente con la tradizione democratica di quella nazione che, fin dalle sue origini, identificò il fattore religioso con l’idea di libertà mentre in Europa ancora oggi sussiste quello «strano concorso di circostanze», per il quale la religione è fattore di sospetto o ostilità. Ancora sintetizza Salvini: si contrapponevano nel Concilio due mentalità ben diverse: la prima, fondata sulla tradizione, più articolata e teologicamente già elaborata, mentre la seconda, più attenta alla 17 Cit., p. 344. AHIg 21 / 2012 315 Vittorio V. Alberti storia e alle aspirazioni umane, era meno astratta, ma anche meno capace di presentare un’elaborata mediazione intellettuale delle proprie tesi 18. Ciò che scrive Salvini è di capitale importanza. Da un lato, dunque, una visione coerente sul piano logico e teoretico, dall’altra una visione molto più attenta all’empiria, calata nel mondo e nella storia. Ma, summum ius, summa iniuria, dunque ciò che l’uomo pretende essere la Verità, anche quando ragiona in modo impeccabile, può sempre rivelare una Hýbris di conoscenza integrale della Verità stessa, che può produrre comportamenti ingiusti 19. Di qui, la forza realistica della visione conciliare, che fissa così il vero incontro della Chiesa con il mondo: un incontro che non è soggezione verso il mondo, e non è relativismo, rinuncia alla Verità, ma ricerca di essa. Così, a riguardo, tale visione propria della Dichiarazione presuppone il diritto del singolo a ricercare la verità, ma non riconosce diritto alla verità in quanto tale. In questo senso, peraltro, la concezione espressa dai vescovi americani non muta i principi della dottrina cristiana ma guarda alle condizioni della storia, e la Chiesa non può non ascoltare la domanda di libertà che giunge dal mondo. Dall’acceso dibattito venne poi fuori il già citato Textus emendatus 20. Così, il consiglio di presidenza, del quale faceva parte anche Ruffini, il 19 novembre 1964, attraverso il cardinale Eugène Tisserant, dichiarò di rinviare la votazione al gennaio 1965. 18 19 20 Ivi. Ricordo che Jacques Maritain scrisse che vi sono uomini che, in nome della verità religiosa, vorrebbero erigere a principio l’idea di intolleranza civile. Tra gli interventi più critici vi furono quelli dei cardinali Ruffini e Giuseppe Siri, arcivescovo di Genova. Tra i favorevoli il cardinale cecoslovacco J. Beran, il cardinale B.G. Alfrink di Utrecht, il cardinale J. Frings di Colonia. La votazione finale del Textus, dopo l’ultimo vivace e intensissimo dibattito, giunse il 21 settembre 1965. Tra 2222 votanti, 1997 votarono a favore (placet), 224 a sfavore (non placet) e ci fu un voto nullo. La maggioranza permise, quindi, alla sottocommissione conciliare di preparare il Textus recognitus, che raccolse ulteriori indicazioni provenienti dall’ultimo dibattito concluso il 21 settembre. Una curiosità: quando la Dignitatis humanae fu definitivamente approvata, il vescovo basco di Gran Canaria, Antonio Pildain, si ritirò in pianto nella cappella del Collegio spagnolo, dopo aver inviato all’assemblea questo messaggio: «Possa crollare la cupola di San Pietro sopra di noi prima che approviamo questo testo» (cit. in Alfonso Álvarez Bolado, Los ecos de Dignitatis humanae en la Iglesia y la sociedad españolas, in p. 159. Renato Papetti, Rodolfo Rossi, «Dignitatis humanae». La libertà religiosa in Paolo vi. Colloquio internazionale di studio, Brescia, 24-25-26 settembre 2004, Brescia - Roma, 2007). Dopo quel dibattito vi furono in tutto 11 votazioni, sempre segnate da una prevalenza - in genere dei due terzi - dei favorevoli. Gli sfavorevoli ottennero un minimo di 47 voti, e un massimo di 234. Data la oscillante contrarietà e i voti cosiddetti placet iuxta modum, che in quattro delle undici votazioni furono parecchi, 450, il testo fu ulteriormente migliorato per volontà di Paolo vi. Vi si apportarono, così, quasi cinquanta modifiche. Così si giunse al Textus denuo recognitus che fu portato alla votazione finale il 7 dicembre 1965. Questa nuova elaborazione ottenne 2308 placet, 70 non placet, 8 nulli. E fu così che il testo finale, la Dichiarazione sulla libertà religiosa, fu ufficializzata. Quei 70 voti contrari ancora oggi pesano come un macigno nella coscienza e nella mentalità cattolica. 316 AHIg 21 / 2012 La Dignitatis humanae e la nuova laicità oltre la rivoluzione Dopo tale deliberazione, però, fu inviata a Paolo vi una istanza che recava un migliaio di firme, perché si arrivasse rapidamente al voto. Così, il giorno seguente, il 20 novembre, il consiglio di presidenza dichiarò che il pontefice aveva stabilito comunque di rinviare a gennaio la votazione per offrire a tutti più tempo per riflettere e meditare. Questo periodo di riflessione fu fondamentale, e non durò fino a gennaio, ma fino al maggio 1965. Il Textus emendatus del novembre 1964 non fu quindi discusso nella sua versione originaria, ma fu modificato e riscritto seguendo le oltre duecento indicazioni pervenute dai padri conciliari l’11 maggio 1965. Così fu presentato come Textus reemendatus. Tra i vescovi del richiamato gruppo d’ispirazione tradizionalista ce ne furono alcuni, come il francese Marcel Lefebvre e altri che proposero di discutere ancora proponendo una relazione contraria ai temi del Textus, muovendo in particolare contro la libertà religiosa così come il documento la definiva. Ad essi rispose il cardinale segretario di Stato Amleto Giovanni Cicognani che, sostenuto dalla maggioranza del consiglio di presidenza, proibì tale intervento. Fu chiara a tutti, dunque, la volontà di Paolo vi che mosse in un senso contrario alla posizione tradizionalista. La visione di Paolo vi era coerente con un’idea di fede intesa come motivo fondamentale per incontrare l’altro. Tale fede, nella sua capacità di incontrare l’altro, ha la sua origine nel Vangelo. Oggi ci rendiamo conto meglio di quanto il Vangelo ci obblighi ad aprirci verso altre culture e mentalità. Quando eravamo più chiusi anche sul piano geografico e delle relazioni per così dire, lo interpretavamo nell’ambito del solo nostro orizzonte comunitario, della nostra nazionalità. Oggi che il mondo si è straordinariamente allargato, aperto, che tutte le civiltà si incontrano e intrecciano in proporzioni nettamente superiori al passato, che le stesse religioni vengono piú a contatto le une con le altre, ci accorgiamo meglio di cosa voglia dire il Vangelo della carità, cioè l’attenzione ad ogni persona umana, per il solo fatto che è umana, che ha nella sua persona l’impronta del divino. E, di qui, la formidabile e preveggente impostazione di Paolo vi. Prima del Concilio la Chiesa difendeva la verità e il diritto della Chiesa istituzionale. Con il Concilio il centro di tutto diviene l’uomo. Tuttavia, tale impianto conciliare non cancella, come si è spesso detto, la tradizione cristiana. Il Concilio non scarta la forza della verità, né cede dinanzi ai diritti della Chiesa, specie nei luoghi del mondo ove essa è perseguitata, ma pone l’enfasi su una prevalenza di incontro con il mondo, piuttosto che arroccarsi su una formula statica dalla quale leggere il mondo. La libertà non annulla la necessità e il dovere umano di ricercare la verità, ma la mancanza di coercizioni fa sì che tale ricerca, tale dovere verso la verità, sia più umano, sia profondamente umano, rispettoso della natura intima dell’uomo. Con la Dignitatis humanae, l’affermazione della libertà religiosa non mette su un unico piano la verità e l’errore generando il caos o l’indifferentismo, dal momenAHIg 21 / 2012 317 Vittorio V. Alberti to che la libertà prevede una formazione, una responsabilità che forma, costruisce una coscienza consapevole informata ad una disciplina interiore. Anche per questo essa va rispettata e tutelata. Ebbene, libertà e verità. E ragione e fede. La politica è campo della ragione, ma non della semplice ragione calcolante, bensì della ragione pratica, della ragione morale (cfr. J. Ratzinger, 2000) perché il suo fine è morale: la necessità del miglioramento delle condizioni materiali nella giustizia, nella libertà, nella pace. E, di qui, la necessità di analizzare cosa le religioni –riconosciuto il loro ruolo pubblico nel contesto democratico– possono offrire alla politica. Nel 2000, a Trieste, Joseph Ratzinger ha affermato che: la fede non sostituisce la ragione, ma può contribuire all’evidenza dei valori essenziali. Attraverso la concretezza della vita nella fede conferisce a essi una credibilità, che poi illumina e risana anche la ragione. Nel secolo trascorso –come in tutti i secoli– proprio la testimonianza dei martiri ha posto dei limiti agli eccessi del potere e ha così contribuito in modo decisivo al risanamento della ragione 21. Una prospettiva, questa, coerente con l’idea di libertà responsabile fondata sul primato della persona contenuto nella Dignitatis humanae. * * * La Chiesa cattolica, in Europa, per molto tempo ha fondato la sua iniziativa soprattutto ispirandosi al pensiero di de Maistre che la saldava con il legittimismo in coerenza con la teoria della distinzione tra la tesi e l’ipotesi. Tale concezione e distinzione è stata superata dal Concilio, in particolare dalla Dignitatis humanae proprio attraverso l’ammissione del principio dell’incompetenza dello Stato in materia di religione: la potestà civile, il cui fine proprio è di attuare il bene comune temporale, deve certamente rispettare e favorire la vita religiosa dei cittadini, però evade dal campo della sua competenza se presume di dirigere o di impedire gli atti religiosi 22. Ora, la Dignitatis humanae –lo ripeto– non nega la responsabilità del singolo uomo, e della sua coscienza, di fronte alla verità, ma nega che lo Stato rivendichi una competenza a entrare in questo processo. Di conseguenza, vi è una formidabile affinitá con quanto affermato nella Costituzione americana (1787), precisamente nel primo comma del primo emendamento, 21 22 Joseph Ratzinger, Libertà e religione nell’identità dell’Europa [convegno: Giornate internazionali del pensiero filosofico, Trieste], in Le due libertà. Alle origini della modernità politica, Roma, 2000, p. 118. Dich. Dignitatis humanae, 3. 318 AHIg 21 / 2012 La Dignitatis humanae e la nuova laicità oltre la rivoluzione approvato quattro anni dopo: «Il Congresso non potrà porre in essere leggi per il riconoscimento ufficiale di una religione o per proibirne il libero culto...». Se si guarda al primo emendamento e alla Dignitatis humanae, potrebbe sembrare sorprendente che due documenti tanto lontani nel tempo e nelle condizioni siano giunti a una conclusione assimilabile: quella dell’incompetenza dello Stato in materia di religione. In questo senso, non è peregrino affermare che quanto espresso nella Dignitatis Humanae, colta la sua affinità con la definizione costituzionale originaria statunitense, costituisce materiale concettuale per affermare la vicinanza tra l’elaborazione attuale della nuova laicità proposta da Benedetto xvi e il pensiero democratico americano fondato certo non sul fondamentalismo e neppure sull’occidentalismo propiziato da theocons e neocons. La Dignitatis humanae richiama, inoltre, una questione di capitale e drammatica importanza che coinvolge le culture occidentali: il rapporto tra democrazia, coscienza religiosa e idea di rivoluzione. Scrive Scoppola con grande lucidità e acume: La rivoluzione francese, paradossalmente, ha prodotto frutti di libertà e di democrazia solo dopo il fallimento del mito e della illusione di una rivoluzione totale e attraverso un tormentato processo. In questo processo un ruolo decisivo ha svolto il conflitto della rivoluzione con la coscienza religiosa. Questo conflitto non è riducibile storicamente alla contrapposizione fra progresso, rappresentato appunto dalla rivoluzione, e conservazione, rappresentata dalla Chiesa. La storia è molto più complessa di ogni semplificazione e ci pone di fronte ad una interazione fra coscienza rivoluzionaria e coscienza religiosa. Al di là del contrasto di interessi fra la rivoluzione e una Chiesa legata all’antico regime, ci fu un motivo più profondo di conflitto: la coscienza religiosa negava allora in radice, come nega oggi, ogni illusione di libertà assoluta prodotta da una rivoluzione sociale 23. Il mito rivoluzionario di creare una libertà assoluta sulla terra ha generato, poi, tutte le illusioni totalitarie del Novecento. La coscienza religiosa, con il suo limite di Dio a Cesare, ha filtrato –come ha scritto Scoppola– quell’illusione, al di là delle posizioni politiche storiche della Chiesa, correggendo il mito orizzontale rivoluzionario, attraverso la prospettiva verticale che poi ha fondato il Political liberalism del quale parla Rawls, che non scarta anzi abbraccia la coscienza religiosa, non a fini di conservazione. Uguale e contrario rispetto al radicalismo rivoluzionario c’è stata, nel campo cattolico, la visione di de Maistre, definita acutamente da Guido De Ruggiero come «l’ultima espressione dell’universalismo razionalistico del secolo xviii, esasperato fino alla più stridente antitesi con la storia» 24. Una posizione, questa, affine a quella 23 24 Pietro Scoppola, La repubblica dei partiti, Bologna, 1991, p. 23. Guido De Ruggiero, Storia del liberalismo europeo, Bari, 1925; citazione dall’edizione Feltrinelli, Milano, 1962, p. 84. AHIg 21 / 2012 319 Vittorio V. Alberti del Coetus Internationalis Patrum durante il Concilio, e che ancora oggi vive in molteplici forme. Ma l’illusione, sia rivoluzionaria che controrivoluzionaria, ha radici ancora più antiche: nell’esasperazione del razionalismo cartesiano (successiva al genio di Cartesio) che scisse ragione da fede. Ed ecco la ragione per la quale, da Giovanni Paolo ii –in primis con la Fides et ratio, a Benedetto xvi– si sta tentando di ricolmare l’antico solco filosofico e teologico, che di fatto si è nutrito di violento scontro ideologico e politico. Con la Dignitatis humanae, la Chiesa di Roma chiude per così dire i conti con le sue passate spinte totalizzanti e organicistiche generate dalle contese storiche. Ed ecco perché ritengo che filosofi importanti come Emanuele Severino e Gennaro Sasso sbaglino quando definiscono la Chiesa cattolica come inevitabilmente totalitaria. Essi trascurano la formidabile eredità del Vaticano ii e la storia del cattolicesimo liberale e democratico. Basti solo ricordare la straordinaria idea di forma-partito pensata da Luigi Sturzo, partito democratico, non confessionale e popolare, dunque affidato al laicato (la politica è particolare, la religione universale), dunque interclassista, nel tempo in cui si era affermata la rivoluzione bolscevica, avanzava il socialismo massimalista, e di lì a poco sarebbe giunto il partito fascista e poi nazista, e nel momento in cui la Chiesa di Roma era ancora lontana dalle evoluzioni conciliari. Ma questa è un’altra vicenda che, però, fa parte delle premesse poi fiorite tutte insieme nei luminosi anni dell’esperienza conciliare. 320 AHIg 21 / 2012